I
The Majestic
Se despertó temprano por la mañana y en su rostro yacían directos los
rayos del sol brillante, que se colaban por la ventana semiabierta, las
cortinas se movían por una ligera brisa que soplaba, abrió los ojos y tuvo que
cerrarlos de nuevo, era demasiado el resplandor, cambio su postura y se quedó así por unos
instantes, no había sonidos solo la brisa que se inmiscuía por el cuarto, luego
escuchó risas y se puso de pie, salió de la habitación, observó y una niña de
rizos dorados le recordó el brillo del sol de ese mismo día, la niña corrió
hacia él y le dio un abrazo, él se arrodilló y la encerró entre sus brazos, así
estuvo por un largo rato, hasta que una voz femenina muy delgada y con cierto
acento extranjero le dijo:-Buenos Días,
el desayuno ya esta listo.
Ella, la niña y él se sentaron a la mesa, desayunaron tranquilos
mientras se reían y platicaban, en el comedor los ventanales eran grandes y las
persianas estaban abiertas, dejaban pasar la totalidad de la luz del sol, todo
en el ese cuarto se veía dorado, completamente iluminado, bellamente enmarcado.
Después salieron y caminaron por el parque, jugaron sobre el césped y
rieron mucho, disfrutaron cada instante, al final de la tarde se recostaron
cerca de un árbol de pino y observaron el atardecer, estuvieron así, quietos, apreciando
como el sol se posaba sobre el horizonte y como sus rayos aún brillantes se
refractaban por entre las nubes blancas, formando siluetas de colores naranja
matizados por el mejor pintor, el espectáculo era enternecedor, como para
guardarlo en un recuerdo eterno, después el sol desapareció y con la oscuridad
de la noche la niña se durmió y las
estrellas emperezaron a tiritar a lo
lejos en el universo infinito, junto a una luna llena inmensa, solo comparable
con la belleza de una vida en el paraíso, caminaron de regreso a casa y él
cargaba a la niña ya dormida mientras ella lo abrazaba, en su trayecto
observaban el cielo, sus estrellas, sus astros, la luna y toda su esplendor.
De regreso recostaron a la niña en su cama y la arroparon, luego ellos
se fueron hacia la cocina y prepararon dos tasas de té, las bebieron en el
comedor mientras platicaban sobre las cosas que realizaron durante el día, más tarde
se fueron a la cama y se acostaron uno junto al otro en medio de un gran abrazo
y un beso no menos inmenso, se durmieron suavemente y sus sueños fueron bellos,
similares a los escenarios de plenitud ocurridos durante el día.
Se despertó temprano por la mañana y su cuarto estaba lúgubre, gris
igual que siempre, se levantó, encendió un cigarrillo, y preparó una tasa de
café, se lo tomó amargo, el olor a aire viejo mezclado con el polvo permanecían
en la pieza, era un escenario taciturno, mientras bebía el café pensó que el
sueño que tuvo fue hermoso, supo que su vida jamás pudo ser así, fue una imagen
ideal, una realidad dislocada, fuera de su vida actual, una ilusión de su
mente, de sus deseos y recuerdos más preciados, todo fue solo un sueño
majestuoso.
II
El polvo
Se hallaba posado, incrustado, asentado sobre todos sus muebles, que no
eran muchos, estaba tan presente que casi no se notaba el color original del
mobiliario, el sofá parecía haber acumulado la mayoría de las épocas durante
las cuales había existido, todo a través del polvo que mantiene sobre el, ese
amigo inseparable que se inmiscuía tan profundo en cada espacio, incluso en los
lugares que nunca serán vistos, en abismos desconocidos.
El polvo no se mueve, por que no existe ningún tipo de flujo de aire que
le ayude a desplazarse, tiene varias capas definibles exactamente por cada
década de existencia, de vida.
En su apartamento él nunca limpia puesto que nunca ensucia. El polvo para él es
un único visitante que lo acompaña en sus momentos de soledad, siempre. El
polvo para él es tiempo transcurrido, y como el tiempo no le importa el polvo
mucho menos, todo es atemporal.
Los únicos lugares donde no se encuentra el polvo son los que enmarcan su
figura, su cama tiene la forma de su silueta dibujada, la silla donde se sienta
para comer, en la mesa el circulo del plato, que coloca cada vez que lleva su
religiosa comida, el sofá donde se recuesta a fumar cigarrillos Romeo y
Julieta, esos y algunos otros lugares, muy pocos, son los únicos donde el polvo
no ha dejado su huella temporal, ácrono para él.
III
La Sardina
Cuando el sol estuvo meridiano una sensación de vacío estomacal lo
invadió, sintió la necesidad irrestricta de comer, hambre. Caminó a la despensa
y solo quedaba una lata de sardina, fue un punto irracional en su vida, puesto
que siempre tenía cantidades varias de latas de sardinas pero nunca una única,
siempre eran bastantes, suficientes para los casos de escasez y normalidad,
igual tomó la última lata y sacó el mismo plato de siempre junto con el mismo
vaso de todos los días.
El vaso lo llenó de agua que salía de un grifo tontamente oxidado, incluso el
agua está un tanto oxidada, puesto que las viejas tuberías de cobre nunca han
recibido mantenimiento, el agua con su color amarillento tiene un sabor a metal
viejo, seco y carrasposo, frío y agudo a las papilas. Puso el vaso sobre la
mesa en el mismo lugar.
Luego colocó el plato en su lugar y abrió la lata de sardina y la vertió sobre
el plato, pero algo no era normal, un olor putrefacto empezó a brotar, poco a
poco el olor fue invadiendo el ambiente, la sardina estaba podrida, no era
comestible, el olor era asqueroso y repulsivo, se mantuvo estático por algunos
instantes, con estupor observaba incluso algunos gusanos salir de las entrañas
de la sardina, estuvo así petrificado hasta que atisbó la situación, reconoció
que no podía hacer nada.
Reconoció que con el pasar del tiempo hasta lo más resguardado
tiende a podrirse, a expedir ese olor rancio y sucio, supo que ese proceso de
descomposición y putrefacción sería su destino final, su último sueño.
IV
El Gran Chancho Rosado
Lo vio sentando frente a su cómoda leyendo algunos libros viejos,
gruñendo y emitiendo sonidos extraños, de esos que durante las noches oscuras
asustan, lo observó y como supo que se trababa de un sueño no hizo nada, solo
se quedó ahí inmóvil recostado en su cama, apreciando lo que el gran chancho
rosado hacía.
En un instante cerró los ojos tratando de despertar, ya estaba cansado
de observar y escuchar el espectáculo que el chancho le presentaba, luego abrió
los ojos y aún se encontraba soñando, aún él se encontraba ahí, en su cama, y el
animal yacía sentado todavía frente a su
cómoda, pero ya no leía, la bestia se reía a carcajadas, risas rimbombantes se
escuchaban por todo el cuarto, se incrustaban en sus oídos, perturbaban su
mente, mientras más lo observaba más se reía y de sus fauces, por la risa incontenida,
espuma de la saliva se colaba entre los dientes y chorreaba por el hocico, la
imagen era grotesca, cuando intentaba despertase desvió su mirada y observó el
espejo de la cómoda, que con una pintura blanca tenía escrito en el la frase “Dimitte nobis débita nostra”.
Después de leer esa frase pudo despertar, se levantó lentamente,
encendió un cigarrillo y se recostó sobre el sofá.
V
Las Escaleras
Para llegar a su apartamento desde el primer piso tiene que subir la escalera, 56 escalones exactos, pero él tiene que hacerlo
en solo 54 pasos, puesto que 54 si es un número divisible entre 9, cuyo cociente
es 6, esto lo hace desde la segunda vez que subió las escaleras y contó los
pasos, sabía que tenía que hacer algo para poder dividir el número de pasos ya
sea entre 3 o entre 9 y que su cociente fuera un número entero.
El 3 y el 9 son los únicos números que a su parecer son bonitos y
exactos en el sistema numérico, son su simetría perfecta.
Para dar los 54 pasos exactos tiene que iniciar con un paso doble en el
primer escalón y terminar de la misma forma, con un paso doble al final de la
escalera, esta costumbre la tiene desde la segunda vez que bajo las escaleras,
la primera fue para contar los escalones y determinar la forma correcta de subir
y bajar las escaleras.
Aunque parezca extraño para él todo tiene que estar en múltiplos de 3 o
de 9, para él todo esta representado en la vida en ciclos de 3 o de 9, incluso
las veces que se baña en una semana, el siete es un número primo, es decir, solo
se puede dividir entre si mismo o entre la unidad, y por otro lado, el seis es
un número divisible entre 3, esto quiere decir para él que lo correcto es solo
bañarse 6 veces a la semana, el sétimo día nunca se baña, esta es la razón
científica del por que no se baña los domingos.
VI
El Lavatorio
Sus desgastadas manos manifiestan algo de sus psico-obsesiones, de su
cuadrada vida, la transparencia de sus palmas es producto de las muchas veces
que durante el día va al lavatorio, a acicalarse de esa suciedad que lo
corrompe, a cada instante una necesidad imperiosa lo guía a ese lugar
inmaculado, se frota las manos fuertemente con una espuma vieja y mucho jabón,
abundante agua oxidada es la que se encarga de purificar sus extremidades.
A cada momento tiene que sentir sus manos limpias y pulcras, libres de
la contaminación del mundo, de lo que no le pertenece, de lo que no es natural
de él, el ambiente, su entorno, todo es para él una invasión a su ser, a su
integridad.
Tiene varias cajas de jabones guardadas para que nunca le falten, todos
de la misma marca y con olor neutro, inodoros, blancos y rectangulares, por que
los jabones de formas redondas le parecen imperfectos, y por ello cada vez que
utiliza un jabón y éste por el uso pierde su forma rectangular, sus esquinas
exactas, sus bordes lineales, cuando ya no es perfecto tiene que botarlo.
Para él sus manos limpias son algo que no se puede olvidar en ningún
momento, aunque no estén sucias, algo en su interior le dice en que instante
tiene obligatoriamente que librarse de las impurezas que lo atacan, de lo que
no es parte de él, de la mierda del mundo.
VII
Las Cartas
En una vieja caja de cartón, casi desmaterializada, corroída por el tiempo
y la labor imperiosa de la humedad y el calor, ahí tiene varias cartas
guardadas, ensimismadas, cuyas hojas ya son amarillentas, con olor a recuerdos
lejanos, como espacio podrido, como diciendo adiós a este mundo, y aunque en
algunas cartas todavía se puede leer sus mensajes originales, en ninguna se
puede descifrar su destino y en todas sus remitente es ilegible, no se puede
saber para quién eran ni se puede determinar el nombre del que las intentó
enviar, tal vez ni si quiera lo intento.
Junto a las cartas también guarda algunas fotografías pero desde
que las tiene guardadas ahí, nunca ha logrado descifrar quienes son
las personas de las imágenes, es como si fueran fantasmas de alguna vida
pasada, una que no se recuerda ni siquiera mínimamente.
Una de las cartas que guarda esta fechada 9 de abril, pero el año no es
comprensible y para él la fecha no significa nada, dentro tiene un pequeño
poema, el cual lee de vez en cuando, en los momentos de soledad, y con su lectura
puede notar cuan solitaria es su realidad. El poema es el siguiente:
El cigarrillo encendido
Y la copa vacía
sobre la mesa
En el humo
melancolía
En el vidrio
cristal recuerdos
Un cuarto mínimo
La mesita en
desorden
En el espacio
soledad
En la madera
pinturas de ella
Una mirada perdida
El sentimiento que se oculta
En la mejilla una
lágrima
Y en las costillas,
una manzana podrida
Después de leer los versos que tal vez en algún momento él mismo
escribió, enciende un cigarrillo y sirve una taza de café amargo, se recuesta
sobre el sofá y olvida lo que acaba de hacer, seguro mañana volverá a leer la
carta y el poema, para así saber cuán sola es su soledad.
VIII
La puerta
En su apartamento la puerta no tiene seguro, no tiene nada, y la
explicación para ello es muy sencilla y al mismo tiempo obvia y deprimente, no
existe razón para que alguien llegue a su puerta, de que alguna persona lo
visite, no tiene amigos, incluso sus vecinos no saben que él vive ahí, para la
gente ese es un lugar inhabitado, vacío desde que se construyó, nadie nunca
toca a su puerta, ni siquiera los ladrones tienen razón para acercarse a ese
apartamento, como si supieran que dentro no hay nada de valor.
La puerta del apartamento 9 es solitaria y taciturna, como su dueño, que
es el único que la ha tocado durante las últimas décadas, sus bisagras gruñen
cada vez que se abren y se cierran, que no es muchas veces al día, ni siquiera
el viento se atreve a pasar al apartamento, la soledad y el enclaustramiento
son el mejor repelente.
Durante los días de verano a veces se logran colar por la puerta
semiabierta algunos rayos de sol, pero cuando él se da cuenta de ello,
inmediatamente la cierra fuertemente, y los insípidos rayos corren hacía afuera
para no quedarse encerrados en ese lúgubre lugar, para no perderse en ese
abismo de oscuridad incierta y tenebrosa.
La puerta se abre pocas veces durante el día, incluso durante varios
días puede que no se abra, como en el mes de octubre, que se abre la solo una
vez por semana, únicamente lo necesario, y eso es algo que solo se puede
explicar por alguna de sus
psico-obsesiones compulsivas, tal vez la más oscura de todas.
IX
El Sueño
Para él un día normal es un día cuadrado, uno
en el que no tenga que hacer nada que este fuera de su cuadrado mundo.
Levantarse, fumar un cigarrillo Romeo y Julieta, servir una tasa café amargo y observar
como el humo que exhala se disuelve en el funesto ambiente en el que vive, todo
esto sería un día normal, un día perfecto, vestir su traje igual que ayer, su
sombrero de ala ancha y sus zapatos negros, como si el tiempo no existiera, ese
es su deseo, que nada se modifique, que todo siga cæteris páribus, estático.
Durante una de las madrugadas frías del año tuvo
un sueño, de esos que realmente desconciertan al durmiente y después de proceso
onírico solo pudo permanecer en vigilia, como un noctambulo en sus
pensamientos.
Soñó que estaba durante su juventud y que aún
estudiaba en la universidad, pero no era una carrera normal, estudiaba algo
relacionado con la medicina, algún tipo de alquimia extraña, y se encontraba en
un cuarto completamente blanco, un laboratorio químico al cual antes de
ingresar debía desinfectar el cuerpo, pero este proceso de eliminación de
microorganismos no se hacía solo, una persona estaba encargada de ayudar en la
desinfección, y la ayuda consistía en rociar un polvo blanco sobre el cuerpo,
un polvo sin olor y suave al tacto, debía esparcirse por toda la anatomía y una
vez terminado el proceso de desinfección se puede ingresar al laboratorio.
En su sueño cuando ya estaba dentro del
laboratorio se percato de algo extraño, la persona que lo ayudó en la limpieza
le tatúo algo en la espalda mientras realizaba el proceso de desinfección, le
dibujó tres calaveras, dos de un tamaño regular y la tercera levemente más
pequeña, entre las tres formaban un triangulo equilátero perfecto, y bajo las
calaveras también tatuó una inscripción “Gólgota”.
Al alba se levantó de la cama insomne,
desconcertado del sueño que acababa de tener, preparó una taza de café amargo y
lo bebió recostado en el sofá, mientras meditaba acerca del advenedizo sueño.
X
El Paraguas
A cada instante que tiene que salir debe llevar consigo algo que no
puede olvidar, algo que siempre lo acompaña, y el día que no lo lleva es la premonición
de algo más grande, que va más allá de su propia existencia, miserable de por
sí.
Durante la primavera o el invierno, no importa la estación del año él,
cada vez que debe ir fuera de su tenebroso apartamento siempre lleva su
paraguas, forma parte de él, de su integridad, es la protección que lo ayuda a
sobrevivir en el exterior, fuera de su hábitat, que es el único lugar donde
realmente se siente confortable, su apartamento, por que con el pasar de los
años éste se ha convertido tan parecido a él, que prácticamente si observa su
apartamento por algunos instantes se puede determinar algunas de sus afecciones
psicopáticas más extremas, su interior más oscuro.
El paraguas abierto lo protege de la intempestiva lluvia o de la leve
garúa, es único, solo ha tenido uno en toda su vida, exigua existencia, que fue
un obsequio de alguien cercano, pero que en su memoria, obsoleta de facto, no
tiene claro de quien se trata, tal vez fue su padre o alguien cuya figura es
muy similar a la paterna, pero imposible de saber.
El paraguas ha resistido el pasar del tiempo y ha sido su compañero en
todos sus momentos. Desde que se lo obsequiaron, nunca ha salido sin él, con
algunas excepciones, una de ellas fue el día que cerraron el café donde servían
cerveza cruda, y no lo llevo con él, por que sin saberlo dentro de sus entrañas
una alteración inusual lo llevó a la determinación de que algo iba a suceder y
que aquello que iba a darse no era algo bueno para él, y que por lo tanto no
existía razón para hacerse acompañar de ese amigo, el paraguas, por que de
todos modos ese día no iba a ser un día normal, igual a los demás, no iba a ser
un día cuadrado, como los que le gustan a él.
XI
El día de su muerte
El día de su muerte está seguro que será un día
nueve de un mes impar, por que el nueve es el número exacto para él, el número
más significativo del sistema numérico,
también, de una forma presuntuosa ha llegado a la conclusión de que el
día de su muerte el sol no se va a ver, ni siquiera como un reflejo en la luna,
ese día no habrá, y las nubes eclipsarán el sol, ese día el viento soplara sin
fuerza pero será constante. Todo esto lo ha visto en un sueño, pero después de
verlo en su psique, ha pensado bastante sobre el tema.
Ese día será perfecto por que se sentirá
completo al fin, no tendrá que cambiar de vestimenta más, se quedará para
siempre con su traje a la medida, como siempre lo quiso, de negro total como la
oscuridad de las noches amargas, y se quedará estático como a él le gusta,
impávido, dormido, pretendiendo que la vida fue un sueño y que ahora en su
cuadrado nuevo mundo nada existe más que él, solo él, sin movimiento, muerto,
como siempre.
Ni el tiempo ni el espacio existirán el día de
su muerte, como si nunca hubieran existido, ese día será único, por que el
nueve es el alfa y el omega, es el día de su muerte, el nueve es el cuadrado
del primer impar, el número de meses del embarazo, es la perfección, puesto que
al noveno mes nace el hombre, es capaz de dar vida, para él es el número
preciso, en su caso el nueve será la muerte exacta.
El nueve es el ermitaño, el maestro, y tal vez
la palabra eremita sea la que define muchas de sus actitudes psicológicas, el
nueve son los tres lados del triángulo al cuadrado y de igual forma las hojas
del trébol, la enéada, es algo que trasciende mas allá de su estructurada vida,
la que le ha costado tanto construir.
Para él el tres es el número de la creación,
puesto que representa la tierra, el cielo y el infierno, y el cuadrado de esos
tres elementos es el nueve, lo que significa el retorno al principio, al
génesis, a la última verdad, la definitiva, el Teth.
XII
La Cerveza Cruda
Cuando solía ir al bar donde servían cerveza cruda, su forma particular
de tomar también era exacta y extravagante, igual que cada uno sus malditos
hábitos, precisos y cuadrados. Solía beber en múltiplos de tres, es decir solo
podía tomar siempre y cuando el número de jarras que ingiriera al dividirlo
entre tres diera como resultado un número entero, exacto.
Dependía de la hora, si por ejemplo era por la tarde podía tomarse entre
nueve y veintisiete jarras de cerveza cruda, todo de acuerdo a su estructuras
costumbres, y las cantidades estaban determinadas dentro del intervalo, solo bebía
las cantidades cuyos valores son divisibles entre tres, por ejemplo, nueve,
doce, quince, dieciocho, veintiuno, veinticuatro y veintisiete.
Si era de mañana podía tomar entre nueve y cuarenta y dos jarras de
cerveza cruda, en este sentido dependía del estado de ánimo, que en la mayoría
de los casos era el mismo, como en el resto de sus rutinarias actividades, y
por esa misma razón la gran parte de las veces siempre bebía la cantidad máxima.
Se sentaba encorvado y lánguido, no pronunciaba ni una palabra, solo
estaba ahí, solo y aislado como un velero sobre la mar, todos en el bar lo
conocían, por su ausencia presencial, por rostro inexpresivo y sobre todo
porque su imagen taciturna denotaba algún tipo de encuentro oscuro en su
interior, en sus adentros, algo funesto pesaba en sus entrañas, algo amargo,
como los remedios para los niños.
Cuando bebía, sin importar el momento, cada vez que iba al bar donde
servía cerveza cruda, dentro de sus premisas era un hecho que no podía dejar de
tomar un mínimo de nueve cervezas, era algo normal y requerido para él, como
todo lo demás que lo rodeaba y que él mismo se había encargado de crear así, y bebía
de esa forma por que tomar tres cervezas era muy poco para él, mínimo e
insignificante, casi insultante para su entrenado paladar, y según sus propias
reglas el siguiente número que lo satisface es el nueve, por ello cada vez que
iba al bar donde servían cerveza cruda lo menos que ingería eran nueve jarras
de cerveza cruda a temperatura ambiente.
XIII
El Rincón de la Alquimia
En su apartamento existe un lugar específico, que él solía llamar el
rincón de la alquimia y que ahora no es más que un lugar de viejos recuerdos,
algunos casi imperceptibles, como el resto de su inútil existencia.
Está ubicado al fondo del apartamento, justo en una esquina, cuyas
paredes están despintadas de un color grisáceo y se siente un olor áspero a
amoniaco y en el cielorraso hay una mancha amarilla, bordeada por un color
negro desmaterializado, la mancha da la impresión de ser una puerta a algún
lugar privado, algo más propio. En su rincón tiene varios instrumentos metálicos
herrumbrados y de cristales manchados por el desuso, que sirven para realizar
procesos de destilación y mezclas químicas, búsquedas de la verdad, tal vez la
piedra filosofal o alguna otra de sus incógnitas más entrañadas acerca de la
existencia, tal vez la purificación de las substancias lo llevan cerca de las
respuestas que andaba buscando.
Ahí, en ese lugar tiene algunas probetas, tubos de ensayo, embudos y
otros instrumentos que por su apariencia son bastante extraños, como para
imaginarse procesos en suma misteriosos, cosas que podrían causar miedo en las
más tiernas e inocentes mentes.
En su rincón de la alquimia pasaba largas horas durante su juventud,
realizando procesos químicos, que de alguna manera los distraían y mantenían en
pensamientos más concisos, aunque misteriosos, no como ahora que divaga en
abstracciones y realidades paralelas o alternativas, confusiones filosóficas de
una mente sin recuerdos y en decadencia.
La principal actividad que realizaba con sus extraños aparatos era la
destilación de alcohol, su propio alcohol, que realizaba de una forma religiosa
y precisa, cada sábado, iniciaba temprano, y se quedaba ahí estático observando
como la ebullición realizaba su trabajo, como la transparencia del líquido
mostraba su esencia, tal vez la pulcritud que buscaba para su existencia.
Ese era uno de sus placeres más salaces, ser capaz de tener en sus manos
la posibilidad de crear sus propios avituallamientos de alcohol, además de que
realizar los procesos lo ensimismaba de la forma que más le gustaba. Pero con el
tiempo ya no lo hizo más, no encontró razones ocultas, ni mayores verdades que
las que ya había encontrado, y sobre todo se dio cuenta de que la cerveza cruda
era mejor para su paladar, por ello no volvió a destilar su alcohol y comenzó a
ir al bar donde servían cerveza cruda.
XIV
El Café Turquino
Aquel día se despertó normal, igual que todos los días, se levantó y se
puso el traje, el mismo de siempre, encendió un cigarrillo Romeo y Julieta, en
su mirada un cierto aire de superstición se hacía notar, como la brisa fría de
la muerte, determinó su incapacidad de temor, y trató de servir una taza de
café amargo, no fue posible, ya no había, no tenía dentro sus vituallas nada,
ni siquiera un poco de café. Se percató de su necesidad y de inmediato, sin
presura pero constante, se dispuso a salir para comprar un poco café, tomó su
paraguas y su sombrero de ala ancha.
En la calle caminó como siempre lo hace, exacto, y en su mirada ya era
evidente la necesidad impetuosa que lo llevaba sobre el camino, rítmico y
acompasado fue su armónico caminar, su destino fue como el resto de vida, fijo
y sin variaciones, estrecho.
Mientras caminaba solo un pensamiento invadía su mente, algo lo
embarazaba de dudas, era la posibilidad de no encontrar el café que necesitaba,
la marca que siempre había comprado, con la que siempre tuvo la oportunidad de
entrenar su paladar, su obtuso pensamiento no concebía algo distinto, para él
solo podía ser café tal y como siempre lo había sido, de hecho la forma de
prepararlo también era meticulosa, como el resto de sus actividades, la
cantidad de agua era exacta para dos de café, que era lo que siempre tomaba,
nunca tomaba un café recalentado, siempre fue recién hecho, ni más ni menos,
solo dos tasas, y la cantidad de café también la medía, aunque para él la medición
es algo personal, pero sistemático, en el sentido de que no varía, siempre su
intuición lo llevaba sobre el mismo camino, la misma medida, tan precisa, como
una balanza analítica. Todo ello forma parte de su rito, y por ello una única
variación en alguno de los detalles lo podrían hacer caer en paranoia, aunque
en su impresión eso no es capaz de notarse, es inexpresivo, aunque en su
interior el conflicto es mayúsculo e intempestivo.
En su camino a la tienda vio algunas cosas que le parecieron extrañas,
fuera de lo normal, más allá de lo compresible por él, y de hecho lo determinó
como algún tipo de premonición fatal, un destino manifiesto. Al caminar de su
forma característica, se percató de que en un paso, colocó su pie izquierdo
sobre una línea blanca que cortaba diagonalmente un cuadro de la acera, y eso
lo vio extraño, porque primero que todo, nunca vio esa línea antes y nunca
antes había pisado una línea en su caminar.
Otro aspecto que determinó muy raro fue el hecho que no hubiera nada en
la calle, ni una sola persona en las aceras, nadie, ni automóviles en el
asfalto, fue realmente extraño, por ello miraba con cierto grado de extrañeza
sobre su hombro, esperando divisar a alguien, no porque le importara ver a
alguien, es más nunca se sintió mejor al caminar que ese día, la soledad era
extrema y así le gustaba a él, pero eso no era normal, y la neblina cuasi
visible le daban un cierto aire de misticismo al ambiente.
Cuando llegó a la tienda donde vendían café, la más grande sus
perturbaciones se hizo realidad, ya no había, se dejó vender puesto que solo
una persona lo compraba, él. La tienda
dejó de importar el café Turquino, y el sintió un metal que poco a poco le
comprimía el corazón, como un caparazón de tortuga, y el corazón se le
aceleraba sobremanera, fue una pesadilla hecha realidad y lo único que pudo
hacer fue regresar a su casa con la misma expresión de siempre, ensimismado y
perdido en una congoja magnificente, en una muerte lenta.
No era capaz de comprender la realidad de su desgracia, estaba metido en
la más grande de sus frustraciones, corrió dentro de sus pensamientos tratando
de encontrar una respuesta su desesperación, ni siquiera podía pensar, estaba
ahogado en sensación de desazón, inmerso en un hoyo negro, deseaba poder tomar
la mancha en el cielorraso del rincón del alquimista como puerta y trasladarse
a una dimensión paralela, una más acorde con sus cuadrada vida, más amable con
sus psico-obsesciones, pero no era posible. Se fumó varios cigarrillos Romeo y
Julieta, estaba desolado, se recostó en el piso y ahí se quedó estático y
mortal, después se quedó dormido, como perdido en otro mundo.
Por la mañana despertó normal, sin recuerdos, se levantó y encendió un
cigarrillo, y camino impávido, estructuramente, se desplazó para preparar un
café, lo hizo, lo sirvió en la misma taza de siempre, se sentó con otro
cigarrillo y la taza de café, trató de recordar el sueño que tuvo, pero no fue
posible, tenía la mente en otro lugar, uno más oscuro y fijo, como su obtusa
vida, la que es su propia ruina.