julio 11, 2009

"El Café Turquino XIV" de Las Ruinas de la Especie

Las Ruinas de la Especie
XIV
El Café Turquino




Aquel día se despertó normal, igual que todos los días, se levantó y se puso el traje, el mismo de siempre, encendió un cigarrillo Romeo y Julieta, en su mirada un cierto aire de superstición se hacía notar, como la brisa fría de la muerte, determinó su incapacidad de temor, y trató de servir una taza de café amargo, no fue posible, ya no había, no tenía dentro sus vituallas nada, ni siquiera un poco de café. Se percató de su necesidad y de inmediato, sin presura pero constante, se dispuso a salir para comprar un poco de café, tomó su paraguas y su sombrero de ala ancha.

En la calle caminó como siempre lo hace, exacto, y en su mirada ya era evidente la necesidad impetuosa que lo llevaba sobre el camino, rítmico y acompasado fue su armónico caminar, su destino fue como el resto de vida, fijo y sin variaciones, estrecho.

Mientras caminaba solo un pensamiento invadía su mente, algo lo embarazaba de dudas, era la posibilidad de no encontrar el café lo que necesitaba, la marca que siempre había comprado, con la que siempre tuvo la oportunidad de entrenar su paladar, su obtuso pensamiento no concebía algo distinto, para él solo podía ser café tal y como siempre lo había sido, de hecho la forma de prepararlo también era meticulosa, como el resto de sus actividades, la cantidad de agua era exacta para tres tazas de café, que era lo que siempre tomaba, nunca tomaba un café recalentado, siempre fue recién hecho, ni más ni menos, solo tres tazas, y la cantidad de café también la medía, aunque para él la medición es algo personal, pero sistemático, en el sentido de que no varía, siempre su intuición lo llevaba sobre el mismo camino, la misma medida, tan precisa, como una balanza analítica. Todo ello forma parte de su rito, y por ello una única variación en alguno de los detalles lo podrían hacer caer en paranoia, aunque en su impresión eso no es capaz de notarse, es inexpresivo, pero en su interior el conflicto es mayúsculo e intempestivo.

En su camino a la tienda vio algunas cosas que le parecieron extrañas, fuera de lo normal, más allá de lo compresible por él, y de hecho lo determinó como algún tipo de premonición fatal, un destino manifiesto. Al caminar de su forma característica, se percató de que en un paso, colocó su pie izquierdo sobre una línea blanca que cortaba diagonalmente un cuadro de la acera, y eso lo vio extraño, porque en principio, nunca vio esa línea antes y nunca antes había pisado una línea en su caminar.

Otro aspecto que determinó muy raro fue el hecho que no hubiera personas, ni una sola en las aceras, nadie, ni automóviles en el asfalto, fue realmente extraño, por ello miraba con cierto grado de extrañeza sobre su hombro, esperando divisar a alguien, no porque le importara ver a alguien, es más, nunca se sintió mejor al caminar que ese día, la soledad era extrema y así le gustaba a él, pero eso no era normal, y la neblina cuasi visible le daba un cierto aire de misticismo al ambiente.

Cuando llegó a la tienda donde vendían café, la más grande sus perturbaciones se hizo realidad, ya no había, se dejó vender puesto que solo una persona lo compraba, él. La tienda dejó de importar el café Turquino, y el sintió un metal que poco a poco le comprimía el corazón, como un caparazón de tortuga estrechándose, y el corazón se le aceleraba sobremanera, fue una pesadilla hecha realidad y lo único que pudo hacer fue regresar a su casa con la misma expresión de siempre, ensimismado y perdido en una congoja magnificente, en una muerte lenta.

No era capaz de comprender la realidad de su desgracia, estaba metido en la más grande de sus frustraciones, corrió dentro de sus pensamientos tratando de encontrar una respuesta a su desesperación, ni siquiera podía pensar, estaba ahogado en una sensación de desazón, inmerso en un hoyo negro, deseaba poder tomar la mancha en el cielorraso del rincón del alquimista como puerta y trasladarse a una dimensión paralela, una más acorde con su cuadrada vida, más amable con sus psico-obsesciones, pero no era posible. Se fumó varios cigarrillos Romeo y Julieta, estaba desolado, se recostó en el piso y ahí se quedó estático y mortal, después se quedó dormido, como perdido en otro mundo.

Por la mañana despertó normal, sin recuerdos, se levantó y encendió un cigarrillo, y camino impávido, estructuramente, circunspecto, como siempre, se desplazó para preparar un café, lo hizo, lo sirvió en la misma taza de siempre, se sentó y encendió otro cigarrillo, trató de recordar el sueño que tuvo, pero no fue posible, tenía la mente en otro lugar, uno más oscuro y fijo, como su obtusa vida, la que es su propia ruina.

julio 04, 2009

"El Rincón de la Alquimia XIII" de las Ruinas de la Especie

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Las Ruinas de la Especie
XIII
El Rincón de la Alquimia

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En su apartamento existe un lugar específico, que él solía llamar el rincón de la alquimia y que ahora no es más que un lugar de viejos recuerdos, algunos casi imperceptibles, como el resto de su inútil existencia.
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Está ubicado al fondo del apartamento, justo en una esquina, cuyas paredes están despintadas de un color grisáceo y se siente un olor áspero a amoniaco y en el cielorraso hay una mancha amarilla, bordeada por un color negro desmaterializado, la mancha da la impresión de ser una puerta a algún lugar privado, algo más propio.
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En su rincón tiene varios instrumentos metálicos herrumbrados y de cristales manchados por el desuso, que sirven para realizar procesos de destilación y mezclas químicas, búsquedas de la verdad, tal vez la piedra filosofal o alguna otra de sus incógnitas más entrañadas acerca de la existencia, tal vez la purificación de las substancias lo llevan cerca de las respuestas que andaba buscando.
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Ahí, en ese lugar tiene algunas probetas, tubos de ensayo, embudos y otros instrumentos que por su apariencia son bastante extraños, como para imaginarse procesos en suma misteriosos, cosas que podrían causar miedo en las más tiernas e inocentes mentes.
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En su rincón de la alquimia pasaba largas horas durante su juventud, realizando procesos químicos, que de alguna manera lo distraían y mantenían en pensamientos más concisos, aunque misteriosos, no como ahora que divaga en abstracciones y realidades paralelas o alternativas, confusiones filosóficas de una mente sin recuerdos y en decadencia.
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La principal actividad que realizaba con sus extraños aparatos era la destilación de alcohol, su propio alcohol, que realizaba de una forma religiosa y precisa, cada sábado, iniciaba temprano, y se quedaba ahí estático observando como la ebullición realizaba su trabajo, como la transparencia del líquido mostraba su esencia, tal vez la pulcritud que buscaba para su existencia.
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Ese era uno de sus placeres más salaces, ser capaz de tener en sus manos la posibilidad de crear sus propios avituallamientos de alcohol, además de que realizar los procesos lo ensimismaban de la forma que más le gustaba. Pero con el tiempo ya no lo hizo más, no encontró razones ocultas, ni mayores verdades que las que ya había encontrado, y sobre todo se dio cuenta de que la cerveza cruda era mejor para su paladar, por ello no volvió a destilar su alcohol y comenzó a ir al café donde servían cerveza cruda.
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julio 01, 2009

"La Cerveza Cruda XII" De Las Ruinas de la Especie

Las Ruinas de la Especie
XII
La cerveza cruda

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Cuando solía ir al café donde servían cerveza cruda, su forma particular de tomar también era exacta y extravagante, igual que cada uno sus malditos hábitos, precisos y cuadrados. Solía beber en múltiplos de tres, es decir solo podía tomar siempre y cuando el número de jarras que ingiriera al dividirlo entre tres diera como resultado un número entero, exacto.

Dependía de la hora, si por ejemplo era por la tarde podía tomarse entre nueve y veintisiete jarras de cerveza cruda, todo de acuerdo a su estructuras costumbres, y las cantidades estaban determinadas dentro del intervalo, solo bebía las cantidades cuyos valores son divisibles entre tres, por ejemplo, nueve, doce, quince, dieciocho, veintiuno, veinticuatro y veintisiete.
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Si iba por la mañana al café podía tomar entre nueve y cuarenta y dos jarras de cerveza cruda, en este sentido dependía del estado de ánimo, que en la mayoría de los casos era el mismo, como en el resto de sus rutinarias actividades, y por esa misma razón la gran parte de las veces siempre bebía la cantidad máxima.
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Se sentaba encorvado y lánguido, no pronunciaba ni una palabra, solo estaba ahí, solo y aislado como un velero sobre la mar, todos en el café lo conocían, por su ausencia presencial, por rostro inexpresivo y sobre todo porque su imagen taciturna denotaba algún tipo de encuentro oscuro en su interior, en sus adentros, algo funesto pesaba en sus entrañas, algo amargo, como los remedios para los niños.
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Cuando bebía, sin importar el momento, cada vez que iba al café donde servían cerveza cruda, dentro de sus premisas era un hecho que no podía dejar de tomar un mínimo de nueve cervezas, era algo normal y requerido para él, como todo lo demás que lo rodeaba y que él mismo se había encargado de crear así, y bebía de esa forma por que tomar tres cervezas era muy poco para él, mínimo e insignificante, casi insultante para su entrenado paladar, y según sus propias reglas el siguiente número que lo satisface es el nueve, por ello cada vez que iba al café donde servían cerveza cruda lo menos que ingería eran nueve jarras de cerveza cruda a temperatura ambiente.
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