mayo 14, 2008

El Pececito de Oro


Soleado y muy brillante, un día hermoso, como un cuchillo rebanando una sandia abrieronse las nubes del cielo, poco a poco con un vestido blanco bajó una mujer. Dorada y con olor a jazmines. Era bellamente dorada, su cabello parecía rayitos de sol que le nacían de la cabeza perfecta.

Recién salían todos de la iglesia y ella estuvo a la vista general, se sentó con las piernas cruzadas en una de las torres del campanario de la iglesia y le preguntó a la multitud: Cuál es el nombre este pueblo?. Inspiraba un aire de paz, ligero, y cuando la gente respiraba sentía como dulce en los pulmones, chocolate, pero un dulce que era suave.

Después de la bella visión una sorpresa y congoja intempestiva los invadió a todos cuando se percataron realmente de la pregunta, por que hasta ese momento nadie en el pueblo había pensado en ese detalle, el nombre del pueblo, mudos quedaron ante la incisión de la pregunta, inoculada en el pensamiento de todos.

Ni los más viejos sabían o tenían una referencia de cómo se llamaba el pueblo donde vivían, tal vez por que nunca necesitaron un nombre, ni para dar una ubicación o una descripción, nunca hubieron visitantes. El pueblo no tenía nombre.

Desde la torre de la iglesia en ella se notó el enojo en sus penetrantes ojos cafés, como de miel salvaje, sin embargo, levitó pasiva hacia el río y todos la siguieron, tocó el agua cristalina y tomó unos sorbos para refrescarse, después de la expectación que había creado dijo:

“Un pueblo sin nombre es como que no fuera un pueblo, no es nada, no existe en la faz de la tierra, como una persona sin nombre, por que al nacer las personas es una necesidad básica asignar el nombre a los recién nacidos y a ese nombre se le atribuyen características endógenas y exógenas que hacen que se apropie del nombre y no el nombre de la persona, aunque en un principio el nombre de un recién nacido sea de carácter azaroso después se realiza un concilio, principalmente por el constante recordatorio, si no sucediese de esa forma las personas no serían personas, no serían nada, puesto que no se distinguiría el aporte del individuo del aporte de la especie, en cuyo caso no sería más que un animal sin sociedad, eso no es propio de la raza de ustedes, de los humanos, por que ustedes piensan y saben que estoy aquí.

De la misma forma que las personas necesitan un nombre para asociarse a un conjunto y distinguirse de la especie por su aporte o desaporte, producto de su propia personalidad, sea este producto en menor o mayor grado de factores exógenos, de igual forma un pueblo necesita un nombre, un distintivo que lo provea de una idiosincrasia, que está limitada en un principio por el propio nombre, por que este ayuda a determinarla, pero después, la consecuencia y es la más obvia, es que la personalidad de un pueblo determina al nombre, como a una asociación de cualidades propias resumidas a una relación de conjunto fácilmente determinable. Esto es, un pueblo con un buen nombre es un buen pueblo, su gente está feliz y se distingue del resto del mundo.

Por esta razón un pueblo debe tener nombre, por su propio bien, por el de sus habitantes, y ese nombre en la medida de lo posible debe ser el más acercado a la realidad del pueblo. Quien escoja y asigne el nombre del pueblo debe ser una persona que para empezar tenga un buen nombre, por ejemplo, no se puede llamar Cándido a un pillo, un ladrón. Además se debe conocer muy bien el pueblo.”

Después de decir esto se arrancó suavemente dos cabellos dorados de la hermosa cabellera y los mezcló con las manos junto con unas gotas de agua del río, como moldeando masa, y después le mostró a la muchedumbre lo que había hecho, un pececito de oro, y continúo diciendo:

“El nombre de este pueblo se lo pondrá una sola persona, una sabia y entendida de lo que es la vida, debe ser una persona con ceniza en la cabeza, con yucas en las manos y con aluviones en el cuerpo. Esa persona debe conocer cómo duermen los niños y por qué los hombres y las mujeres son salaces, y también debe saber cuáles son las peores vejaciones a las personas y a los animales.

Además, debe aprender a ver más allá de lo que sus ojos le muestran, a ver con los ojos del pensamiento y saber que los sentidos engañan. Quien encuentre este pececito tendrá todo el derecho de escoger el nombre para este lánguido pueblo.“

Tiró el pececito de oro al río y se deslizó suavemente hacia las blancas nubes, con una brisilla de paz, se fue hacia el cielo azulado y se perdió entre las nubes.

Entre los habitantes del pueblo no existía mucha afición por la pesca y después de la visita de ella, las circunstancias no cambiaron mucho y las aficiones tampoco.

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