Las Ruinas de la Especie
XIV
El Café Turquino
El Café Turquino
Aquel día se despertó normal, igual que todos los días, se levantó y se puso el traje, el mismo de siempre, encendió un cigarrillo Romeo y Julieta, en su mirada un cierto aire de superstición se hacía notar, como la brisa fría de la muerte, determinó su incapacidad de temor, y trató de servir una taza de café amargo, no fue posible, ya no había, no tenía dentro sus vituallas nada, ni siquiera un poco de café. Se percató de su necesidad y de inmediato, sin presura pero constante, se dispuso a salir para comprar un poco de café, tomó su paraguas y su sombrero de ala ancha.
En la calle caminó como siempre lo hace, exacto, y en su mirada ya era evidente la necesidad impetuosa que lo llevaba sobre el camino, rítmico y acompasado fue su armónico caminar, su destino fue como el resto de vida, fijo y sin variaciones, estrecho.
Mientras caminaba solo un pensamiento invadía su mente, algo lo embarazaba de dudas, era la posibilidad de no encontrar el café lo que necesitaba, la marca que siempre había comprado, con la que siempre tuvo la oportunidad de entrenar su paladar, su obtuso pensamiento no concebía algo distinto, para él solo podía ser café tal y como siempre lo había sido, de hecho la forma de prepararlo también era meticulosa, como el resto de sus actividades, la cantidad de agua era exacta para tres tazas de café, que era lo que siempre tomaba, nunca tomaba un café recalentado, siempre fue recién hecho, ni más ni menos, solo tres tazas, y la cantidad de café también la medía, aunque para él la medición es algo personal, pero sistemático, en el sentido de que no varía, siempre su intuición lo llevaba sobre el mismo camino, la misma medida, tan precisa, como una balanza analítica. Todo ello forma parte de su rito, y por ello una única variación en alguno de los detalles lo podrían hacer caer en paranoia, aunque en su impresión eso no es capaz de notarse, es inexpresivo, pero en su interior el conflicto es mayúsculo e intempestivo.
En su camino a la tienda vio algunas cosas que le parecieron extrañas, fuera de lo normal, más allá de lo compresible por él, y de hecho lo determinó como algún tipo de premonición fatal, un destino manifiesto. Al caminar de su forma característica, se percató de que en un paso, colocó su pie izquierdo sobre una línea blanca que cortaba diagonalmente un cuadro de la acera, y eso lo vio extraño, porque en principio, nunca vio esa línea antes y nunca antes había pisado una línea en su caminar.
Otro aspecto que determinó muy raro fue el hecho que no hubiera personas, ni una sola en las aceras, nadie, ni automóviles en el asfalto, fue realmente extraño, por ello miraba con cierto grado de extrañeza sobre su hombro, esperando divisar a alguien, no porque le importara ver a alguien, es más, nunca se sintió mejor al caminar que ese día, la soledad era extrema y así le gustaba a él, pero eso no era normal, y la neblina cuasi visible le daba un cierto aire de misticismo al ambiente.
Cuando llegó a la tienda donde vendían café, la más grande sus perturbaciones se hizo realidad, ya no había, se dejó vender puesto que solo una persona lo compraba, él. La tienda dejó de importar el café Turquino, y el sintió un metal que poco a poco le comprimía el corazón, como un caparazón de tortuga estrechándose, y el corazón se le aceleraba sobremanera, fue una pesadilla hecha realidad y lo único que pudo hacer fue regresar a su casa con la misma expresión de siempre, ensimismado y perdido en una congoja magnificente, en una muerte lenta.
No era capaz de comprender la realidad de su desgracia, estaba metido en la más grande de sus frustraciones, corrió dentro de sus pensamientos tratando de encontrar una respuesta a su desesperación, ni siquiera podía pensar, estaba ahogado en una sensación de desazón, inmerso en un hoyo negro, deseaba poder tomar la mancha en el cielorraso del rincón del alquimista como puerta y trasladarse a una dimensión paralela, una más acorde con su cuadrada vida, más amable con sus psico-obsesciones, pero no era posible. Se fumó varios cigarrillos Romeo y Julieta, estaba desolado, se recostó en el piso y ahí se quedó estático y mortal, después se quedó dormido, como perdido en otro mundo.
Por la mañana despertó normal, sin recuerdos, se levantó y encendió un cigarrillo, y camino impávido, estructuramente, circunspecto, como siempre, se desplazó para preparar un café, lo hizo, lo sirvió en la misma taza de siempre, se sentó y encendió otro cigarrillo, trató de recordar el sueño que tuvo, pero no fue posible, tenía la mente en otro lugar, uno más oscuro y fijo, como su obtusa vida, la que es su propia ruina.
3 Los Crucificados que comentan!:
"...aunque en su impresión eso no es capaz de notarse, es inexpresivo, pero en su interior el conflicto es mayúsculo e intempestivo".
Esa frase me recordó un relato que había escrito hace algún tiempo, tendré que buscarlo porque está en papel.
Saludos...
Excelente... hay mas? (espero que si)
Gracias por estar siempre a pesar de mis ausencias, cuando necesites un lugar tranquilño donde ir a lamerte las heridas, ya sabés donde buscarme.
Deshora.
¡¡Excelente relato!! De principio a fin se desliza hasta un final impactante. Cuando no tengo café y la compu no funciona, tengo sensaciones parecidas... Me encantó. Un abrazo.
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